Cada vez que escucho la pregunta ¿quién eres? recuerdo el fragmento del pregón de la Semana Santa de Málaga que tan impecablemente declamó mi paisano Antonio Banderas allá por 2011. Hubo un tiempo en el que contestar esta cuestión propició enormes y grandes avances en el pensamiento antropológico y con ello la sociedad.
Hoy la pregunta a la que parece debemos dar respuesta ha convertido el habitual ¿quién eres? por el ¿quién sientes que eres? Los días avanzan a golpe de emociones. Sentir por encima de ser. Ideas por delante de personas. Y de fondo la gran protagonista y estrella, la que incentiva el cambio actual, la que llevan usando en los últimos años casi cada día en cada instante: el miedo.
El temor a perder lo que teníamos, a ser rechazados, el miedo a no ser feliz, a no ser admitido en el trabajo al que optabas, miedo a no superar una prueba o alcanzar el éxito demasiado pronto, demasiado tarde. Es cierto que el miedo nos protege y por ello nos hace avanzar. Pero vivir de forma constante en un estado mental de alerta bloquea otras emociones y nubla la razón.
Y en esa ceguera andamos viendo que no llegamos. Y la angustia es mayor porque se suele enfocar la pregunta de una forma individual. Cuesta mucho más pedir ayuda que prestarla. Y decimos prestar porque ese tiempo y ese esfuerzo realmente no nos pertenece. Forma parte de ese aprendizaje que es la vida que cada día muestra lo que cada uno es. Querer aprenderlo o no es cuestión de echarle ganas. Mirar para ver. Respirar para vivir. Andar para caminar. Y al final de nuestro tiempo vivido quedará la esencia de todo.
Tenía estos pensamientos enredados en mí sin saber muy bien qué banda sonora ponerle al café de hoy. Y con lo que me gusta un juego de mesa, decidí tirar de uno que incluye algo que me fascina: lo aleatorio. Guardo muy buenos recuerdos jugando con mi padre a los dados en la mesa de la cocina. Solía ganar él, porque la suerte no lo es todo y como solemos decir la veteranía es un grado.
Ya no tengo dados en casa, pero descubro el azar abriendo un libro y leyendo un par de líneas a media página, mirando una matrícula y viendo en ella una fecha que coincida con cualquier efeméride. Y así, jugando con la suerte en Spotify sonó Soy. Recordé entonces que a pesar de empeñarnos en ser solos, la entidad completa se entiende a través del otro. No se trata de soy sino de somos, con el nosotros como guía. Y sí, yo admito que soy una pieza de un puzzle incompleto por mi misma. Y tú, ¿con quién eres?