Héroe

Cada mañana, cuando el sol aún no brilla en todo su esplendor, apagamos el despertador con o sin esfuerzo y nos levantamos esperando que el día sea mejor que el anterior. Lavamos nuestra cara con agua fría para espabilar y estar atento a esa señal que nos ayude a resolver los problemas, esperando en vano que el tiempo viaje hacia atrás o vuele hacia ese futuro que no llega.

Soñamos con un día lleno de personas que hagan el camino más fácil y agradable, que estén prestos a calzar tus zapatos. Que sientan tu cansancio, tu sufrimiento y tus dudas. Guardamos muy dentro aquello que siempre somos. Esos recuerdos que agradecemos no se desvanezcan, también esos otros que estamos deseando olvidar y, maldita sea, ¡no se marchan!

Todo eso que forma nuestra mente y que emborrona la figura real que siempre hemos sido empaña la vista. Las expectativas, la evaluación continúa de lo que debiera ser y no se cumple, las nuevas leyes, los viejos pecados del mundo, los conflictos que parecen no resolverse, los defectos y excesos del hombre y de la naturaleza, la  enfermedad, la injusticia…, la vida.

La tosquedad de las almas construye muros imposibles de franquear. Nos empeñamos en mirar hacia adelante, con fuerza y decisión. Sin embargo, la mirada confunde pues solo busca admiración y belleza. Solo cuando abrimos el alma somos capaces de ver, de distinguir mediante la acción de la luz. Y en esa claridad se percibe que, a pesar de nuestras diferencias biológicas definidas por la naturaleza, somos iguales. Soñamos y amamos, con debilidades y fortalezas; disponiendo de talentos que multiplicar y poner al servicio de los demás. Recordamos entonces que vivir es habitar, hacer hogar allá donde estemos.

Un hogar repleto de humildad y compasión, de corazón limpio, de pobreza de espíritu y que busca la paz. Un hogar que descansa en la esperanza de quien se siente cuidado y amado simplemente por el hecho de ser.

Ocurre que lo que rodea la vida de los hombres busca apagar esa luz para que no veamos, y en esa confusión nos empeñemos en mirar con una ansiedad que no cesa. Cierra los ojos. Eres capaz de ver, pero solo con la luz del buen amor. Toma un buen libro y lee. Descubrirás como en ti habita ese héroe que todo lo puede. Ese que es camino, verdad y vida. Descansa y apóyate en El porque todo lo demás, pasa.

Flores

Por fin pasó San Valentín y toda la maquinaría comercial en torno a este día. Ahora las flores más bonitas del mundo ya no huelen y se empiezan a secar. El día de los enamorados, que sin tanto chute empalagoso, debiera ser todos los días del año y no solo el 14 de febrero. La verdad es que tal y como está el panorama, con una tendencia a la baja en celebraciones de matrimonios y un aumento progresivo de divorcios (de ello te hablo en este artículo de Woman Essentia), cansa estar viendo corazones y chuminás varias en los escaparates, y a la vez escuchando en la radio canciones de perreo y despecho. Estas últimas, por cierto, las más pegadizas y virales de los últimos años.

Para muchos clamaba al cielo el nuevo tema de Shakira, resultado de la colaboración entre el productor argentino y la colombiana que además de en la amante de su ex y padre de sus hijos, ponía el foco de atención en el regalo estrella de las Primeras Comuniones de las décadas de los 80 y 90. Otros no entendían motivo con tanto revuelo. Y mientras tanto, las marcas aprovechando el tirón aunque ello implicara hacer leña del árbol caído. Y en el Congreso seguían legislando de espaldas al pueblo. Pero aquí lo importante era lo despechada que estaba tal o cual cantante. Pa’bernos matao.

El mismo día que se publicaba Pa’tipos como tú, la que saltara a la fama como Hanna Montana estrenó también su último single: Flowers. Sin entrar en detalles ni otras calamidades sociales, hemos tenido hasta en la sopa análisis pormenorizados de las canciones de Shakira, Miley Cyrus y Tailor Swift para saber quien desbancaba a quién; se pudo hacer comparativa de cuántas canciones cantaron hombres a sus ex-mujeres y hasta estudiar y concretar si ha habido machismo o no en cómo ha reaccionado la sociedad sobre el asunto.

Batallas musicales aparte (que Miley ha ganado de sobra al convertirse con Flowers en la autora con más reproducciones en Spotify)  con todo este revuelo de mal de amores, despechos y trapos sucios aireados en casa ajena, una se da cuenta que hoy se le da importancia a asuntos que no la tienen.

Poco se habla de lo verdaderamente importante. De priorizar la felicidad frente al placer; de la entrega sin medida y sin esperar nada a cambio, simplemente por puro interés en hacer la vida del otro más bonita y buena.

Las relaciones de pareja caducas se fijan en si se regalan o no flores o si suben mariposas por el estómago al mirarse a los ojos. Y seguirán juntos mientras dure el amor.

El amor si se cuida no se agota. Pero hablamos del de verdad. No el amor entendido como placer, deseo, emoción, sensación o sexo. El amor es una forma de entender la vida. Un compromiso para con otro a quien has elegido. Una entrega generosa y complice para hacer equipo. Una relación en la que hay cuidado y admiración mutua. Y sí, también hay flores de vez en cuando.

Llevamos años permitiendo que la emoción y las sensaciones dominen nuestras decisiones vitales. Esto unido al eslogan que puso de moda eDarling (para solteros exigentes); pues eso: que la extinción de nuestra raza no será por cambio climático, ni meteoritos. El ser humano se extinguirá porque se quedará solo. Salvo que seamos humildes y sepamos perdonar y pedir perdón porque, reconozcámoslo, como decía Chiquito de la Calzada: una mala tarde la tiene cualquiera.

Mi querida España

El ser humano  ha evolucionado de forma natural en un millón de años del homo erectus hasta la especie que somos hoy. Y me aventuraría a decir que el homo del siglo XXI es el estupidis-pielfinimus. Un homínido resultado de la suma de las altísimas expectativas que nos meten en la cabeza debemos exigir a todo lo que nos rodea, y la obligatoriedad de ausencia de pensamiento y reflexión. ¿Pa’ qué?

La esperanza, como es lo último que se pierde, me dice que aún existen personas que intentan de vez en cuando activar la materia gris. Reconozco que es difícil ante el bochornoso espectáculo que nos ofrecen día sí y día también la fauna de la Carrera de San Jerónimo. Y no hablo de los leones de la puerta del Congreso.

Resulta cuanto menos curioso que el mismo día que el Tribunal (In)Constitucional avale la ley de plazos del aborto se apruebe la ley de Bienestar Animal. A ver si se entiende bien: es correcto y está «bien» que una mujer pueda matar a su hijo en el vientre (incluso cuando su corazón late, su boquita, piernas y brazos ya están formados, su riñón funciona segregando orina…) sin justificación alguna. Como si el aborto fuese una medida anticonceptiva más.  Pero no lo es. El TC confunde a la sociedad al determinar  que acabar sin motivos con este milagro que es la vida debe ser considerado un derecho fundamental.

Mientras tanto, vemos que uno de los llamativos puntos incluidos en la nueva ley de Bienestar Animal obliga a integrar en el núcleo familiar al perro. Sin embargo, ese hijo que iba a nacer, y ya no lo hará amparado por la norma de plazos del aborto, no se sumará a la familia. Nunca y bajo ningún concepto. ¿Por qué? Porque se le matará. Y como la norma «es correcta y constitucional«, a otra cosa mariposa. Menuda tibieza, amigo.

Entonces queda claro que al hijo que tenga la mujer en su barriga se le puede matar sin pudor ni miramientos, pero ¡ay si se te ocurre ponerle una mano encima a tu mascota! Pena de cárcel. Sin exagerar. Es la ley de Bienestar Animal.

Es sencillamente desastroso cómo seguimos anestesiados ante la cantidad infame de mensajes e impactos que nos meten en el cerebro sobre lo poco que vale la vida humana. ¿De verdad no chirría que antepongamos la vida de los animales a las de las personas? Falta serenidad y reflexión pausada por norma general. Si el conjunto social pensara más, estoy convencida hablaría más y más claro. Sin miedo ni temor a ser censurados ni cancelados. Incluso si eres el líder del partido que recurrió la ley de plazos del aborto hace 13 años.

Pues esas tenemos en «mi querida España, esta España mía, esta España nuestra»; como diría Cecilia. «¿Dónde están tus manos, dónde están tus ojos, dónde tu cabeza?» Eso digo yo también. A ver si despertamos de esta «santa siesta» que nos tiene atontaos mirando en qué sostenible contenedor de basura debemos tirar la bolsita con la caca del perro. Aunque por este camino ya mismo nos vamos nosotros al arbolito porque Toby se ha quedado con el baño en suite del piso que tardaremos 40 años en pagar. Y dile tú que no al perrito.

Rafa, corazón ardiente

Este año el Colegio Sierra Blanca – El Romeral cumple 50 años y los actos y eventos que están organizando para celebrarlo son tan buenos como el poso y los lazos que construyen en los alumnos que pasan por sus aulas. El último fue el #AttendisTalks protagonizado por Toni Nadal. Dice que su mérito es ser tío de Rafa Nadal,  pero es claro que su know-how ha sido un acicate. Él supo inculcar en el mejor tenista español de la historia los principales valores de la vida: verdad, trabajo bien hecho, esfuerzo, voluntad, resiliencia y carácter.

Escuchando su charla se dibujaban en mi mente situaciones, personas, deseos, luchas y alguna que otra toalla sucia en el suelo. Y en esa toalla no me atrevía a distinguir si era mi tesis doctoral o #UnCaféconPorras, pero sentí que una parte de mí tenía la tentación de huir, cansada y agotada mental o moralmente.

Al mismo tiempo que me veía incapaz de avanzar, escuchaba las palabras de Nadal, de Toni, y notaba cómo me ardía el corazón pensando en terminar lo empezado. Entonces, desdeñé esa parte de mí que me traía una y otra vez la idea de abandonar. ¿Dónde quedarían todas esas horas dormidas de menos, las tardes dedicadas a estudiar y las noches o madrugadas a escribir?

Vivimos en una sociedad en la que impera la inmediatez y el placer instantáneo. Un espejismo en el que se puede caer fácilmente. Pero hay que insistir en que toda lucha diaria tiene frutos. Quizá pensemos florecen tardíos, pero es su tiempo perfecto.

Toni Nadal nos recordó que la clave está en tres ideas principales. La primera es disfrutar haciendo bien un trabajo. La segunda es recordar el compromiso adquirido. Y la tercera y no menos importante: admitir la verdad de los propios límites. Solo así seremos capaces de exigirnos bien.

Qué bueno tener un referente como Rafa. No por mí, sino por la savia nueva. Ya no hay pelis como Rocky en las que un cualquiera con esfuerzo y mucho trabajo consigue desbancar al campeón. Hoy vemos muchas historias en la que todo depende de la suerte, el azar. Sin embargo, pocas como la de Rocky, ninguna como la de Rafa. Una vida con un corazón que arde de ganas de seguir entrenando y probando una y otra vez de qué forma se hacen bien las cosas para superar al que tiene más talento que tú.

Quizá el común de los mortales no tengamos un momento épico como Rafa al levantar la copa  del Open de Australia. Pero absolutamente todas las personas, todas, con mucho esfuerzo y constancia pueden llegar a cumplir sus metas. Si trabajamos por hacerlo bien, cada vez mejor, no quedará ninguna duda de que si soñamos nos quedaremos cortos.

Vida

Parece que fue ayer cuando brindamos por el año que entraba. Sigo sintiendo esos abrazos con evidente emoción en los ojos. Y aquí estamos quemando la segunda vela de Adviento de la siguiente Navidad. Totalmente metidos en el último mes del año. Ya respiramos tranquilos después de habernos dejado los cuartos y la paga extra (quien la tenga) en el Black Friday, el Ciber Monday y en todas esas ofertas que no hemos podido rechazar.

Ahora sí, llega el momento de hacer balance. Si hemos cumplido o no con los propósitos que nos marcamos en enero: ir al gimnasio además de apuntarse a él; cuidar la dieta, leer más, usar menos el móvil, reducir los vicios, fomentar las virtudes… Y suele suceder que llegamos a diciembre con los deberes sin hacer. Bien por metas altas, bien por confiar que ya habrá tiempo. Pero por algo dice el refranero que el tiempo es oro, porque escasea.

En cuanto llega diciembre nos metemos de lleno en días de estrés: unos de vacaciones, otros con más trabajo que nunca; y en torno a todo eso hay que cuadrar reuniones familiares, cenas de empresa, de amigos, de primos, del colegio, de la universidad, planes y planes, la vajilla, la cristalería, la despensa (que no falte de ná), los modelitos, las uñas, el bigote, los pelos… ¡Ahhh! ¡Pero si solo de leerlo se me ponen de punta!

Cuando uno se para a pensar en todo esto, llega a la conclusión que no merece la pena agobiarse. Lo fundamental e importante está muy claro.

Por eso debieramos recordar que las mejores vacaciones es emplear el tiempo en aquello que nunca hacemos. El exceso de trabajo se lleva mejor dando las gracias y pidiendo ayuda si hiciera falta. Qué fortuna cuadrar agenda para reuniones, esto significa que se acuerdan y cuentan con uno.

Lo más recomendable es tener claro que el menú que nunca falla se comparte en una mesa cuyo plato principal es una buena y comprensiva conversación y audición. Pero para eso hay que vestirse con un traje confeccionado de amabilidad y cuyo toque final lo pone esa sonrisa que a veces tanto no cuesta regalar. Poco importa el pavo, el marisco o el turrón. Aunque una celebración con esto es obvio sabe mejor. Pero que no nos despistemos.

A pocos días de la víspera de la Inmaculada Concepción, uno de los más importantes de mi vida, solo me viene a la mente una canción que hoy quiero compartir con vosotros. La melodía con la que inauguramos la fiesta en nuestra boda y que, año tras año, el día de nuestro aniversario bailamos muy de mañana imaginando que él viste un chaqué y yo un vestido color marfil. Una celebración en la que podrá o no haber velas, vinos, peluquería o costosos regalos. Pero ese baile en pijama y bata calentita no falta. Porque solo eso nos basta. Eso creemos que es la vida. Amar en cada detalle intangible. El envoltorio siempre pasa.

Espero

A la vista de la desvergüenza que hay que pasar día sí y día también con los representantes políticos y los que pretende serlo, una se queda muerta. Me acuerdo enormemente de ese cocinero de Canal Extremadura que le espetó «pabernos matao, señora, su hija no se casa» a esa reportera que quiso rebozar la merluza echándole el huevo por encima. Después de tamaño despropósito una se ríe. Como hizo la reportera y como hizo la conductora del programa que estaba en el plató. Porque la vida hay que tomársela con humor. Y por supuesto con mucho amor. Hoy ese maestro de los fogones tendría que cuidarse mucho de lo que le dice a la reportera, que ya la mujer está empoderada y es nuestro momento.

Se nos tiene que respetar que digamos y hagamos lo que nos entre en gana. Por que sí. Se nos invita a no pensar en las consecuencias de nuestros actos. Se nos pide que nos dejemos llevar por las apetencias corporales y materiales. Y si algo nos ocurre, nunca será responsabilidad nuestra. Siempre el malo es el otro o la otra. El que es distinto a ti. Quien piensa contrario. Y si en algo el otro pudiera parecer bueno, hay que modificar las palabras o los hechos para que todos esos que no soy yo ni los míos, se perciban como los de la peor calaña.

Se nos vende una mentira como real. Pero cuidado. Cuando golpeas repetidamente un cristal, ten claro que terminará por romperse, y salvo que tengas suerte, los fragmentos te herirán. Mejor nos vendría un feminismo que descubra y potencie las habilidades y virtudes femeninas tan nuestras y maravillosas. Esas que unidas a las destrezas masculinas podrían hacer de este mundo un lugar mejor. Sin duda.

Primero quisieron masculinizar a la mujer. Ahora directamente la borran del espectro. Ya no habrá mujeres sino personas menstruantes. Ni madres sino progenitor gestante. ¿Qué puñetas es eso? Y ya para colmo tenemos la nueva ley de familias, que no de familia. Hasta 16 tipos de familias distintas.

Que digo yo que para ser justos y equitativos deberían preguntar en cada casa y llegar hasta los 18.754.800 familias (según el INE) que vivimos en España. Seguro que entre las prioridades de todas ellas no está que no se sientan respetados, sino a cuánto pagan el combustible, el gas, la luz y los alimentos frescos y de primera necesidad. De vergüenza.

Pero mejor hablemos de la ofensa, del fascismo y del machismo. Y ojo, que el machismo es una lacra enorme. Pero debemos saber diferenciar y acabar con él. Y aquí debe entrar en juego ese cierto refrán que «no ofende quien quiere sino quien puede». Tendríamos que plantearnos seriamente no dejar que nadie nos ofendiera con sus tontas palabras, preguntas o reacciones. Porque sí, a mí también me han hecho preguntas o comentarios fuera de lugar. Pero por un oído me entró y por otro me salió. Y que le vayan dando, caballero. Que como dijo ese pobre chico resacoso: «Contigo no, bicho».

Estamos creando una sociedad de ofendidos a cada paso en la que todo debe estar regulado por ley. ¿Dónde hemos dejado el pensamiento, la reflexión y el sentido común? A ver si algún día prohiben prohibir.

Porque toda esta corriente morada de mujeres que gritan por la igualdad me producen cierto estupor. No me imagino a la Duquesa De Alba, ni a Encarna Sánchez, ni a Concha Piquer, ni a Rocío Jurado o Sarita Montiel detrás de este movimiento en los que no entramos todas las mujeres. Y menciono a estas féminas porque hicieron lo que les dio la gana. ¿Con trabas? Muchísimas, por supuesto. Pero tenían la suficiente inteligencia y saber estar para no escupir al cielo, que después ya se sabe: toda esa mugre te cae encima.

Ahora que se cumplen 6 años desde que dejé de fumar y por alusiones a esta fenómeno y pedazo de artista, te traigo ese Fumando Espero de Sara Montiel. Porque sí, porque seguiré esperando esa sociedad llena de amor que se nos ha pedido traer a la tierra. Porque depende de cada uno de nosotros. Quizá es hora de despertar de ese aletargamiento en el que nos han metido a base de votos, ayudas y pancartas en la que no todas somos bien recibidas.

Dónde está escrito

A lo largo de mi vida, pero sobre todo en los últimos años, he tenido la oportunidad de parar y conocer muchas situaciones personales y de distinta índole que nos lleva a la pregunta del millón: ¿por qué?

Nos empeñamos en comprender ya y ahora. Queremos forzar respuestas que no tenemos ni alcanzamos. Buscamos frenéticamente un resquicio al que agarrarnos para engañarnos creyendo que tenemos la sartén por el mango. Como si de nosotros, única y exclusivamente, dependiera todo cuanto ocurre. Esa lucha constante de ¿por qué yo?, ¿por qué tú?, ¿por qué ahora? Sin más respuesta que el silencio o el propio torbellino interior cargado de posibles respuestas.

Y entonces, si en algún momento nos hablaron de Él, si nos lo presentaron o le tuvimos presente en algún momento de nuestra vida, exigimos y culpamos al mismo Dios. Porque cuando algo o todo va mal, entonces sí le miramos. Como cualquiera sin darse cuenta ha espetado al recibir la nota de un examen para el que no ha estudiado: «Me han suspendido». Quizá uno habría tenido que trabajar el esfuerzo, la constancia y el empeño. Pero entonces estaría claro que «He aprobado».

Poco reconocemos en los demás cuando va bien. Y aunque en todo momento de nuestra vida siempre podríamos encontrar una tara, una manzana podrida capaz de contagiar todo el cesto, sí dependerá de nosotros ser capaces de pedir ayuda. De elevar la mirada hacia allá donde alguien espera que le veamos. Puede ser un hermano, tu padre, tu esposa o esa amiga con la que no te hablas desde hace años.

Este 18 de noviembre se acaban de cumplir 39 años del estreno de la película Yentl. Una adaptación cinematográfica de una historia muy crítica y realista en su planteamiento, pero que en algunos puntos de su desarrollo llega a ser fantástica. Sin embargo es una cinta musical que hay que ver para maravillarse con su espectacular música. No extraña teniendo en cuenta que la interpreta una de las mejores voces de la época: Barbra Streisand. En casa teníamos el casete de la banda sonora y, como ya os he contado alguna vez, nuestro nivel de intensidad es alto. Si algo nos gustaba quedaba claro por la evidencia de la repetición. Las canciones de Yentl no iban a ser menos.

¿Por qué traigo este recuerdo a nuestros días? Podría decir que porque me da la gana. Pero realmente no sería todo lo fiel a la verdad que pretendo ser en mis textos. Quizá quien lee se haya percatado que habitualmente estas reflexiones vienen con una canción. Una que acompañe y complete mis palabras. Esa música que durante mucho tiempo ha formado parte de mi vida en momentos que llegan a mi memoria por el contexto que vivimos. Otras que encuentro e identifico con lo que quiero expresar. Una buena melodía me hace pensar.

Descubrir el aniversario de Yentl ha sido providencial y no deliberado. Este ¿Dónde está escrito? de la película que hoy comparto me recuerda que a veces la clave no está en preguntarse quién soy, que debo hacer o qué se espera de mí. La clave está en mirar alrededor y comprender que la belleza y el mayor regalo es vivir con sencilla alegría el contexto que se nos ha dado.

Para que tú no llores

¿Quién no ha vivido una situación que hace que la vida de un giro de 180 grados? La enfermedad de una madre, la pérdida de un hijo, las deudas y herencias en negativo, una lotería que llena las arcas de dinero y vacía el corazón de amor, un traslado que obliga a empezar de cero en una ciudad desconocida, un cambio laboral inesperado que te deja en el paro de la noche a la mañana… Absolutamente todo el mundo se encuentra en su vida situaciones no deseadas que pueden provocar dolor, miedo, incertidumbre. A veces las lágrimas rompen ese cristal para limpiar como agua clara esa frustración de no haber sido libre para elegir tu propia desgracia. La que creías que podrías llevar para adelante.

Resulta que tenemos un concepto equivocado de uno mismo. Somos más, mucho más, de lo que sea: fuertes, pacientes, cariñosos, comprensivos, constantes, trabajadores, templados, humildes, confiados. La vida pone situaciones por delante para desarrollar los propios talentos y que uno, año tras año, pensaba no iban consigo.

A veces se quisiera no aprender tan pronto, ni de golpe ni tan seguido. Pero la vida nos va enseñando que los tiempos no forzados por la mano del hombre son perfectos. Con el tiempo comprendes que era necesario vivir lo que viviste, que te cerraran puertas o que insistieran en abrirte otras. Te das cuenta que lo que está para ti será tuyo, y lo que no ni aunque te pongas delante.

No en pocas ocasiones se piensa en el «Y si», se recuerdan fechas que marcaron un antes y un después, situaciones que lo cambiaron todo, palabras que pudieron alejar o acercar a personas, realidades y contextos. Lo importante es reconocer en esas dudas un enorme agradecimiento porque todo, absolutamente todo, es para bien. Aunque no se entienda. Incluso si duele y se siente que hayamos podido decepcionar a aquellos a los que amamos. Quien te quiere lo entiende todo y está deseando que vuelvas.

Cuando uno se quita las legañas de los ojos acepta que la vida es compleja para todos. La clave está en la esperanza. Tú no la pierdas. Y si lloras porque la has perdido y crees que ya no hay nada que hacer, recuerda: siempre hay Uno que no se olvida de ti. Para que tú no llores, y si lo haces, que sea de alegría serena.

Todo es de Color

Hoy parece que todo es de color, pero del color que cada uno diga. Cuesta mucho ponerse en los zapatos del otro; tanto que hasta parece imposible mirar alrededor para comprobar si quiera si hay un otro que lleve zapatos. Seguros de estar haciendo el bien, el propio, supone un esfuerzo imposible pararse a pensar en las circunstancias de los demás.

Si alguien se opone a nuestra voluntad o se interpone en nuestro camino florecen improperios y ceños fruncidos. Vamos tan a lo nuestro que solo nos preocupa lo que me concierne a mí, e incluso nos ofende que quien tenga al lado no se haya dado cuenta de que el mundo gira porque yo estoy vivo. Se cumple ese Ande yo caliente, ríase la gente. O lo que hoy entiende gran parte del populus: «en yéndome a mí bien, que le vayan dando a los demás».

Hoy la sociedad ayuda poco a combatir esta forma tan individualista de entender la vida. La familia está muy bien para celebrar un evento y que a uno le hagan regalos. Sin embargo, cuando se trata de abrir la casa y cuidar de quien un día te cuidó, ya entonces no porque tengo mucho lío, hay cansancio o ya con mis hijo o mascotas tengo suficiente responsabilidad. Los amigos están genial para salir de fiesta, cenar o matar el tiempo terraceando. Pero cuando se trata de corrección, conversación o simplemente silencio y comprensión; entonces desaparecen, no interesan los amigos como tú.

Cuando las relaciones necesitan cuidado, entendimiento y que no se juzgue se requiere de un esfuerzo enorme. Bien porque no se entiende que alguien necesite ayuda o apoyo, bien porque entender esa necesidad supone un sacrificio que no se está dispuesto a hacer. Y entonces miramos para otro lado, y en ese volver la vista sin quererlo ni pretenderlo avivamos el fuego del conflicto interno que padece el otro.

La guerra, todas las guerras, comienzan en nuestra forma de aceptar y entender las circunstancias propias y la de quienes nos rodean. El efecto de mariposa del que tanto se habla es este: si sonríes y aceptas a quien tienes al lado, si le cedes el paso, si te agachas tú a recoger lo que se le ha caído, si le retiras su plato de la mesa, si le llamas para preguntar cómo está o si le va bien en su nueva casa… Si te esfuerzas por cuidar, entender y no juzgar, entonces todo será de color. Para todos.

Te dejó con Todo es de Color, de Lole y Manuel, que a mí me suena a oración de paz.

El Reloj

Seguro que si miras el reloj, la hora coincide con la que es realmente hoy, día en el que estrenamos horario de invierno. Qué bonita aquella época en la que tal día como este se sucedían los despistes por no haber atrasado las manecillas a tiempo. A veces para evitarlo uno se iba a la cama con el trabajo hecho. Otras, se dejaba para la mañana y llevarse así una grata sorpresa del poco esfuerzo que suponía madrugar un domingo.

Sea como fuere, esas anécdotas forman parte del pasado hasta que llegas al coche que compraste de segunda mano y toca viajar al pasado. Y claro, cuesta mucho. Porque nos hemos acostumbrados a los cambios automáticos. A que la vida evolucione y se transforme sin que uno tenga que hacer nada. Simplemente sucede. Ahora vivimos un poco aliviados con las llamadas ilimitadas, el acceso a wifi gratis, a entrar en los sitios sin abrir una puerta ni girando el torno. Abrimos el maletero sin tocar el coche y encendemos el motor sin meter la llave en el contacto. Llegamos incluso hasta a hablar con personas sin mirarlas a los ojos; es más, no tenemos ni idea de cuál es su color de ojos.

El cambio automático de la hora que hace el móvil y otros dispositivos inteligentes no es más que otra cadena más que nos grita a base de beep-beep que la vida sin tecnología es un fastidio. Hay que admitir que nos hemos acostumbrado a una vida aparentemente más fácil e intuitiva en la que ya no necesitamos no solo reloj analógico. Realmente cada vez necesitamos menos de lo de antes.

Si seguimos con el símil del reloj, ¿para qué llevar uno de manecillas si se puede tener un dispositivo multifunción que da la hora, muestra las notificaciones de las redes sociales y el correo, permite llamar, pagar y hasta avisa cuando uno se está muriendo porque lleva incorporado un medidor del flujo sanguíneo?

Es cierto que es facilitador pero al mismo tiempo es alimentar de forma constante el sistema de recompensa. La interrupción continúa. La obsesión por mantener un buen estado de salud. Y admitámoslo, creerse Michael Knight por un momento cuando olvidas conectar los auriculares al teléfono y respondes la llamada de tu jefe o de tu mujer. Que cualquiera no contesta y terminas hablándole a tu muñeca como quien avisa a KITT (el coche fantástico) para que nos venga a buscar.

La cosa es que el reloj inteligente, que bien podría llamarse «questrés», es nuestra sociedad hiperconectada sin silencios para pensar, y sin engranajes entendidos como personas destinadas a entenderse de por vida para marcar el tiempo que pase, la vida.

Estos aparatos, como tantos otros que nos rodean, nos unen mientras nos separan porque en esta dispersión de la mente cuando miramos el reloj ya hemos dejado de ver el tiempo. Ese que se va y no vuelve. Ese al que estamos obligados a entregarnos para paladear y valorar la vida que hemos elegido tener. Me pregunto ahora como sería el bolero El Reloj de Luis Miguel en el que ya no se escucharía el tic tac que nos recuerda que el tiempo cuando se va, ya no regresa.